Chistes sicalípticos aparte, el tamaño de una empresa si que importa, y mucho, en términos de comunicación, aunque no es una variable excluyente. Pero esto, a la manera del alcalde de “Bienvenido Mr. Marshall”, exige una explicación.
Es de suponer que la evidencia de la dificultad de armonizar un corpus disperso de individuos coadyuva a la toma de conciencia para, precisamente, apostar por los canales que faciliten una comunicación entre los mismos. Toda gran empresa tiene su dirección de comunicación.
Pero esta simple reflexión nos lleva a un reverso que podría resultar perverso. Si nuestra organización es pequeña, resulta que no hace falta establecer ninguna rutina de comunicación, ya que, por proximidad de los individuos y estructuras organizativas, ésta acontece por sí misma.
Traducido en números, podríamos colegir que si nuestra organización tiene tres centros de trabajo y 1.500 empleados, hace falta una comunicación estructurada. Si somos 101, basta con que el jefe esté atento y si considera que tiene algo que decir, ya se enterará quien deba. Craso error. Permítanme…, en ambos casos, hace falta un plan de comunicación, sea grande y rotundo o pequeño y juguetón.
Hasta en los divorcios, no importa que sean tres o más los implicados, el problema es de comunicación. Los seres humanos se diferencian del resto de especies terrícolas por lo sofisticado de su lenguaje, además de lo puñeteros que puedan resultar para el prójimo o, al menos, algo así creo que contaba Noam Chomsky en su “Gramática generativa y transformacional” a mediados del siglo pasado.
Concluyamos que la comunicación siempre es necesaria, independientemente del volumen de individuos y unidades organizativas implicadas. Lo que si que es cierto es que cambia en su forma de manifestarse, en la elección de algunos de sus canales y en su efecto. Todo el mundo sabe que no es lo mismo tener un diálogo cara a cara con el jefe al respecto que ser informado vía tablón de anuncios o por correo electrónico de un ascenso. Sobre todo, si se trata del propio. No digamos si se trata de un despido. El jefe también lo sabe y por eso se reserva siempre las buenas nuevas para comunicarlas personalmente.
Hable con la gente que pueda, escriba un correo a aquéllos con los que no pueda reunirse, haga una videoconferencia masiva cuando haya diversidad de centros, edite una revista, distribuya un video…Y si son pocos, reúnase periódicamente con su gente. Usted elige, pero diríjase primero a su gente y luego al resto de su mundo, sea grande o pequeño. Porque si no lo hace, independientemente del tamaño y aunque no lo crea, también les estará mandando un mensaje de mal gusto a todos los actores de su actividad en el mejor estilo del gran Fernando Fernán Gómez en su versión exasperada. Dice así… “Váyase usted a la mierda”.
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