¿Para qué sirve la independencia de Cataluña, la unidad de España o para qué sirve votar, por resumir, al PP o a la CUP? Según sus líderes, el objetivo final de estas opciones “antagónicas” es el mismo: que la gente sea más feliz… Y…, una intranet, ¿también sirve a la felicidad?

A veces se habla de la intranet corporativa como de una plataforma de comunicación seráfica que pone en comunión las almas de los usuarios mediante foros, wikis y espacios colaborativos donde compartir experiencias vitales varias que les harán compartir una atmósfera de trabajo en la que serán más felices. La cosa es un poco más prosaica: una intranet sirve para mejorar el negocio.

Pero también es cierto que el negocio de la empresa mejora cuando sus profesionales tienen una herramienta que les facilita su desempeño profesional y les permite aportar su conocimiento. Los puntos 42 a 48 del Manifiesto cluetrain están dedicados a las intranets corporativas. Como el resto de las tesis defendidas el tono es inspirador, pero también pretende ser, además de un poco apocalíptico, pragmático. Ello va en consonancia con la primera afirmación de las 95 que la componen y que dice que “los mercados son conversaciones”.

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Flaubert proponía la estupidez como primera condición para la felicidad.

En realidad, una intranet corporativa debe obedecer a una estrategia y responder a una estructura con un criterio central dirigido al negocio, la productividad y la competitividad, y debe contar con un protagonista principal, el profesional que interactúa en la misma. También es cierto que el conjunto de usuarios puede y debe derivar en “comunidad” y el negocio beneficiarse de las capacidades añadidas de la colaboración y del conocimiento creciente resultante. Para ello habrá que apoyarse en un conjunto de software que responda tanto a propósitos de servicio general como a los del negocio y a elementos vinculados directamente con el mismo, como ERPs o CRMs. El dato único y un entorno de cero papeles también es un beneficio de esta estructura en red que racionaliza y simplifica cualquier organización.

La felicidad va por otra parte. Saramago definió al ser humano como “ese animal inconsolable”, así que la felicidad, ya se sabe, se ve más inteligible como un proceso de deseo que como un estado. «Ser estúpido, egoísta y estar bien de salud, he aquí las tres condiciones que se requieren para ser feliz. Pero si os falta la primera, estáis perdidos”, decía Flaubert, que no es que confiara mucho en las personas y así le fue a Madame Bovary. La opción más tradicional y famosa del cancionero en español hablaba de salud, dinero y amor, probablemente en ese orden. Pero, en fin, cualquiera sabe, Loquillo y sus trogloditas resumían la vieja aspiración entonando aquello de “yo para ser feliz, quiero un camión…”.

Estas interpretaciones de aspiración a la felicidad preceden cronológicamente, incluso la gamberra de Sabino Méndez,  a las intranets corporativas. Lo que sí es cierto es que éstas pueden aliviar y hacer mucho más atractivo y eficiente el trabajo que, en la tradición cristiana, no olvidemos que obedece a la maldición divina lanzada a la vez de la expulsión del Paraíso, cuando el sumo creador avisó de que en adelante habríamos de ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente.