Pasado el meridiano del siglo pasado el perspicaz Goscinny nos dio a conocer al pequeño Nicolás, uno de esos personajes que permanecen en la sonrisa de varias generaciones y cuyo nombre enseguida se usa para provocarla a nada que la situación se preste.

El hallazgo genial de este guionista consistía en una elección de perspectiva, de forma que nos hacía ver la vida a través de la mirada inocente y reveladora de un niño de primaria. El resultado llevaba a la sorpresa y a la risa en el ejercicio de desnudar un mundo adulto de forma desprejuiciada.

A Sarkozy, ese Aznar francés desposado con más glamour que nuestro presidente con acento más texano, le llevaban los diablos cuando le llamaban el pequeño Nicholás por su corta talla. Sal gruesa. En España la cosa se ha tornado esperpéntica gracias a este chaval de nombre Francisco Nicolás Gómez que se le ha colado al gobierno del PP, a la monarquía y parece que a algún que otro incauto de pago, y que es un buen ejemplo del confuso concepto de las relaciones públicas.

Foto de Fran Nicolás

Fran Nicolás, consciente del valor de la instantánea.

 

 

Las relaciones públicas sirven de cajón de sastre en el que encuentran acomodo la distribución promocional de entradas a la discoteca sin alcohol del pequeño Froilán y las andanzas también discotequeras del precoz Fran con o sin amiga, los pases vip, los negocios y los contactos privilegiados. La supuesta recepción en la casa de veraneo de la señora Botella, el mejor bigote de FAES dando una charla a la muchachada, un señor mayor echando un siesta en un sofá de un chalet prestado por una inmobiliaria, el hombre de negocios estafado que no denuncia, la intermediación ante Manos Limpias en favor de la infanta, la invitación a la recepción de su real hermano, la oferta a los abogados del expresident, el testimonio de un taxista barcelonés sobre sus maniobras antisecesionista y los desmentidos del CNI dan para un completo sainete en busca de autor.

Lo que en el contexto profesional de la comunicación debe ser una programación de acciones alineadas y presupuestadas en torno a un objetivo que promocione el prestigio de una opción corporativa se convierte en un batiburrillo de fotos con celebridades de obsolescencia programada. Pero la moraleja comunicativa está en que, en efecto, todo el mundo intuye que las relaciones públicas son importantes, por muy torticero que sea el concepto de lo que éstas sean. Un chaval con un secretario de Estado amigo, una jeta impagable, un aplomo y simplicidad ejemplares ha dado un juego tan cutre como divertido del escenario político-institucional-estatal. Hasta el punto de que la gente piensa o sabe que así funcionan según que cosas. Y todavía hay quien no entiende bien cómo hay quien vota a Podemos.

¿Y si este hijo bastardo de Goscinny nos ha dado la misma lección que el original? ¿No será que él ha visto desde muy joven que las cosas funcionan de aquella manera….? Basta con hacerse pasar por sobrino de alguien o por amigo de algún otro para que la leyenda crezca de forma tan absurda y exponencial como tu poder y contactos.
René Goscinny como buen descendiente de hebreos tuvo que moverse por el mundo. Vivió en Argentina, en los EEUU y en Francia. Tal vez fue culto por obligación y así destiló personajes tan universarles a partir de los tópicos como Axtérix y Obélix, la quintaesencia gala, como Lucky Luke, un pistolero más rápido que su propia sombra… El pequeño Nicolás era el niño que todos hemos sido, aunque con más gracia.

Dibujo del pequeño Nicolás

El pequeño Nicolás, dibujado por Sempé.

Pero tal vez Fran Nicolás no sea tan ajeno a la autenticidad de los originales del autor parisino. ¿No nos habrá presentado el desopilante entramado empresarial-institucional a través de su mente infantil, con una visión teñida de ternura y la ambición propia de un joven iniciándose a la vida? En fin, hágase la prueba del nueve: ¿usted a quién contrataría para que gestione sus relaciones públicas, a una empresa de comunicación o a nuestro pequeño Fran Nicolás? Por favor, no se haga trampas, sólo hay una respuesta correcta, aunque la otra opción es más divertida.