Que “Gran Hermano” sea más conocido como programa televisivo que como concepto mediático totalitario intuido por George Orwell en su novela futurista “1984” (publicada en 1949), es signo de los tiempos de la comunicación que nos ha tocado vivir. Que la ensordecedora Belén Esteban, reconocido icono de la comunicación, sea princesa del pueblo, como Lady Di, o del barrio, haya vencido en esta última edición de este forúnculo televisivo, también.

Por decirlo en términos galácticos, de la misma forma que hay un lado luminoso y otro obscuro de la fuerza, hay también dos lados de la comunicación y esto aplica tanto al mundo de los medios como a la comunicación corporativa. Javier Sardá reconocía que al ritmo que había ganado críticos a su labor televisiva, también había crecido el respeto de su banquero. Parece que sus ingresos compensaban una trayectoria que se había consolidado como una de las apuestas más brillantes de la radio estatal durante años hasta una puesta en escena de intercambio grosero de insultos entre tertulianos que inauguraban una forma que ahora ya es norma en el medio audiovisual. Para animar la cosa, y ya que era de noche, también introdujo fragmentos explícitos de cine porno.

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El Gran Hermano vigilaba a cada ciudadano en un estado policial.

Sardá vino a decirnos, ¿queréis basura?, pues aquí la tenéis. Un visionario disfrazado de Darth Vader mediático. Antes nos habíamos encontrado con el más genuino Pepe Navarro de «Esta noche cruzamos el Mississippi», quien, por cierto, nunca ejerció de caballero jedi de las ondas. Alguien definió su cometido como un descenso diario a los infiernos, ¿a los del mal gusto? Pepe, un regular presentador radiofónico y televisivo de voz más engolada de lo normal que utilizaba con cierta arritmia las pausas para suplir alguna carencia de reflejos, se había vuelto de Miami con una revelación: a medianoche hay público y rentabilidad para el esperpento, el tremendismo, la idiotez y el escándalo. Todo revuelto y sin ningún escrúpulo. Lo mismo podía entrevistar a un señor cuya prominencia venía dada por sus amores con una cabra que hacía sangre con víctimas y familiares aprovechando la desorientación que produce un crimen horrible. También, todo hay que decirlo, ofreció aquel sketch asombroso para la época en el que Santiago Urrialde se fajaba , disfrazado de Rambo y sin sentir las piernas, con Sylvester Stallone y Antonio Banderas en la inauguración de un Planet Hollywood.

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George Orwell, periodista y autor literario que denunció el totalitarismo en el siglo XX.

Vayamos al grano. En una Comunicación corporativa constructiva, ¿quieren los destinatarios que se les dé basura? ¿Quieren ser controlados en su forma de pensar y actuar? No, en principio quieren no sólo ser informados, sino poder participar en la comunicación, aportar y contar con datos y canales que les permitan expresarse. Ese sería el “lado luminoso” de la fuerza. El “lado obscuro” viene dado por el intento de manipular de manera programada a la gente, de ocultar y, en su caso, de mentir, partiendo del convencimiento, nada desacertado, de que quien posee los medios también controla en gran medida el mensaje. En la distopía orwelliana el ministerio de la Paz generaba guerras, el del Amor se dedicaba a torturar y el de la Verdad destruía cualquier documentación reveladora. El concepto absolutista y alienante de la comunicación corporativa parte del principio de desigualdad. El mismo George Orwell ya acuñó en su “Rebelión en la granja” que “todos los animales son iguales, pero alguno son más iguales que otros”. Lo ponía en la boca de un cerdo de nombre Napoleón, perfecto trasunto de Stalin y de cualquier otro dictador.

Al final, el protagonista de “1984”, que ponía en duda la sistémica verdad suprema, sucumbía ante la tortura y se convertía en un gris acólito más. Pero en periodismo se dice que nadie puede mentir siempre y engañar a todos indefinidamente. Es mejor tener un plan en el que las personas de su organización sean protagonistas de la comunicación corporativa. Si en su organización hay un plan de comunicación, aunque tenga claroscuros, puede que no importe tanto que un animal mediático como Belén Esteban se siga llevando la pasta gansa del otro Gran Hermano.