El cine americano clásico suponía una estilización icónica de los Estados Unidos de la época y uno de sus méritos era, precisamente, ser un buen espejo de aspectos de la vida cotidiana. En un mundo cinematográfico hoy inundado por las palomitas, Selma y Nighgcrawler son dos más que respetables muestras de cine americano con sabor clásico que hablan de comunicación.

En la sobriamente narrada Selma, salpicada argumentalmente con documentación del FBI, el punto de partida de la historia muestra como Martin Luther King, recién premiado con el nobel de la paz, tiene que adoptar una decisión mediática para que el presidente Lyndon B. Johnson facilite que los ciudadanos negros puedan ejercer su derecho al voto hace unas décadas en los estados sureños, cuando todavía los supremacistas mataban niños de manera impune poniendo bombas en las iglesias. Y la decisión tiene sus bemoles: consiste en elegir una localidad burdamente racista con un sheriff lo más torpe y brutal posible donde manifestarse para que el presidente de la nación sucumba a la presión ciudadana provocada por periódicos y televisión.

Imagen de Selma

Lyndon B. Jonhson (Tom Wilkinson) y Martin Luther King (David Oyelowo), en Selma.

Brad and Oprah

Brad Pitt y Oprah Winfrey, productores de la película.

Tal como plantea la película, la muerte de gente inocente y la salvaje represión sufrida en la marcha por los derechos civiles emprendida desde Selma da su fruto. Todo, según el plan de un nobel de la paz cuya angustia le hace llamar por teléfono a Mahalia Jackson, la más grande intérprete de godspell conocida, para que le consuele con su canto en una noche de desvelo ante el dilema moral y la situación de acoso familiar y vital que afronta. ¿Hace falta recordar que tanto él como Malcom X acabaron muertos? Que sea el asesinato de un activista blanco el que haga imparable la escalada reivindicativa en los medios de comunicación o que la muerte de los negros desarmados a manos de policías blancos parezca ser un hecho todavía hoy habitual abriría otro debate, como el de que la película esté producida por estrellas bienpensantes y multimillonarias como Brad Pitt y Oprah Winfrey.

Recuerdo que, en la facultad de periodismo , un pésimo, pero no el peor, profesor nos dijo una gran verdad, la guerra del Vietnam la perdió el gobierno de Estados Unidos contra los cadáveres de vuelta que aparecían en la televisión. Corporativamente, aparte de conflictos éticos, la moraleja es evidente: valore y haga uso de los medios de comunicación en la medida que le corresponda, porque son decisivos para la imagen de la empresa y para sus objetivos. No importa lo que haga si nadie lo sabe, y esto aplica, especialmente, a su propia gente.

En Nightcrawler también hay muertos, pero esa es otra historia o, mejor dicho, otra película, a la que dedicaremos la segunda parte de la doble sesión cinematográfica.