Poncio Pilatos se lavó las manos y dejó que el Gran Sanedrín consiguiera la crucifixión de Cristo. Apenas tres siglos más tarde, Constantino I era el primer emperador romano cristiano. ¿Cómo una secta marginal en una esquina del imperio consiguió hacerse con los resortes del poder más grande de la época? ¿Mediante un milagro o una fabulosa estrategia de comunicación?

Jesucristo en la última cena con sus apóstoles.

La misión de los apóstoles fue “transmitir” el mensaje de Jesucristo, adoptado por el Imperio romano en apenas tres siglos.

El caso es que para entonces la Iglesia ya tenía su papa y sus obispos y, se supone, la potencialidad de un discurso revolucionario que hacía creer en la libertad a una buena parte de una sociedad esclavista. Constantino I tuvo una revelación, justo antes de una batalla decisiva, que consistió en ver una cruz y oír una voz que le decía “Con este signo vencerás”. De religión perseguida, el cristianismo pasó a perseguidor del paganismo.

Dune

En Dune, el pueblo elegido también tiene un mesías, un desierto y misterios iniciáticos.

La fuerza de un mesías, la conciencia de pertenecer a un pueblo elegido, el endurecimiento de unos miembros que crecen en un ambiente adverso y una simbología propia son parte de la épica y de la construcción de sistemas que perduran hasta que empiezan a perder la fe y se dejan llevar por la molicie de las condiciones privilegiadas. Cualquier lector del clásico “Dune” sabe de la mística guerrera y de las pruebas iniciáticas con gusanos de arena en el desierto,  de la manera que cualquiera que haya oído hablar de los Borgia conoce la degradación de un sistema de poder que ha degenerado.

Cualquier organización debe reforzar su discurso mediante una estructura para hacerse oír. De lo contrario, dependerá de otras estructuras y otros discursos. Siempre se comunica, aunque tú no lo hagasm, y hoy el discurso debe ser interactivo. Hay más recursos que nunca, pero suele faltar una estrategia de comunicación o, lo que es lo mismo, marcarse unos objetivos y dotarse de unos canales y unos presupuestos adecuados. Y todo esto exige un método, salvo que creamos que el imperio romano fue cristianizado mediante un descomunal milagro. Más bien parece que la cosa empezó con un mandato a doce apóstoles para que evangelizaran(se hicieran oír, comunicaran) el mundo conocido.